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RESIDENCIA 05 




NANCY GEWÖLB
Escondrijo de los nombres            
                                        

Nancy descubre, devela, re edita en su taller de Valparaiso ( casa taller de Atkinson ) 9 elementos de épocas variadas de su producción artística. Elementos papeles objetos gráficos que se activan en esta nueva re - versión  llamada "Escondijo de los Nombres" habitada en los espacios de República en diciembre del año 2022.

1.- Fotocopias blanco y negro s/n 1991 -  Entregue su Oreja -  Instituto Goethe, Santiago.

2.- Polaroid - Retrato del sonido de su nombre ,2005

3.- Papeles chinos intervenidos con xerigrafías - s/n 2001 - Paris, Francia.

4.- Mascarillas intervenidas con un beso, collage y xilografía - Libro de artistas. 2005

5.- Cuerpos plastificados con impresos de diario (plena dictadura) - s/n 1999 

6.- Barcos de papel con objetos fetiches que logran converger en un altar sobre una mesa en el centro de espacio principal de República.

7.- Planografías - Estructuras bocetos de un barco - s/n.

8.- Litografias enmarcadas.

9.- Paneles de abejas.

Materia

Todo ocurre a la vez, incluso el cielo, el bajísimo cielo en el que ardemos, con  un pie en la eternidad y otro en el barro.

                                                                                                                                                                                                                       María Negroni, 2013.

 

En el espacio de lo nunca mostrado, de repente una provocación, la necesidad de abrir los sentidos a la idea de los tiempos que se expanden y a las múltiples vibraciones de la materia.

Más que solo de obras, se trataría de fisuras y reordenamientos materiales, expuestos y re-convertidos en apariciones de tiempos oscilantes y disconexos. En el espacio de los escondrijos de Nancy Gewölb, algo vital sucede con esta forma arqueológica de perseguir los restos, los residuos y los sobrantes, ya que los cuadros montados en el muro o las instalaciones desplegadas en una mesa de trabajo no se convierten únicamente en abstracciones minimalistas o en categorías de clasificación. Aquí, no hay representaciones o continuidades, solo alteración y conjunción reciclada; de las materialidades y sus orígenes secretos, de las capas y las memorias multiestratificadas.  

Así, retomar y renovar los ciclos (reciclar) se transforma en una pulsión que le gana a las leyes del abandono y a la fijación de los tiempos. Es un gesto que resiste la cultura del desahucio y las lógicas del orden de lo continuo. Posiblemente, alguien de habilidad o conocimiento especial dirá que algunas de estas piezas son versiones actualizadas del ready made, el ensamblaje o el collage. Sin embargo, más que categorías de un hacer, me gusta pensar en el arte de la amalgama como un campo minado que hace eclosionar los placeres de los sentidos, o pensar en la inutilidad de los conceptos cuando se sustraen las funciones de los objetos al interior de un razonamiento cotidiano. De tal modo, que en las hojas de un libro xilografiado puedo leer la memoria circular del bosque, o sentir a través de las celdas de un panal —hecho por la mano humana— la vida del “trabajo” animal, o en el conjunto de las pequeñas polaroids ver la revelación de los sonidos de los nombres.

En este universo análogo, de materia y fragmentos urdidos a mano, suturados, con técnicas de reproducción, corte, fotocopiado y mixtura de superficies, las obras de Nancy Gewölb se vuelven un llamamiento de exuberancia para las miradas.  En estos escondrijos de la poética sin tiempo, de tiempos impuros y anacrónicos (Huberman), se me fijan a mi memoria las memorabilias  levantadas desde los fragmentos y los olvidos. 

 

Mane Adaro Gallardo
Escribana de la visualidad

Dibujar la memoria

 

Transitar por la exposición Escondrijo de los nombres de Nancy Gewölb es, de cierta forma, un volver sobre la memoria, develándonos cuánto hay de ella persiguiéndola constantemente. En 1979 la artista nos presenta La persistencia de mi memoria y nos enuncia, quizás sin saberlo por ese entonces, el motor y una de las claves de su trabajo visual: la memoria. En esta oportunidad, es a través de esta muestra curada por la artista Anamaría Briede en República 760, en una antigua casona de Limache (que, por cierto, también tiene su propia historia) donde se revisitan algunos de los secretos de nuestra artista. Y donde podemos ver aquello que no es habitualmente compartido en las exposiciones: lo oculto, los enigmas que la hacen posible, aquella primera línea que da comienzo a cualquier dibujo.

Al visitarla, las historias entre las obras de la artista, el lugar y quienes asistimos, se entretejen. En ese espacio, vórtice de las memorias que confluyen, también se hacen presentes algunas (otras) cosas, entre ellas, la política de los afectos que nos reúne. Y una suerte de “tras bambalinas” se nos devela al habitar esos fragmentos de memoria expuestos: cien veces cien o las que fuera preciso, porque nunca es igual. Una memoria contenida se nos evidencia, cual matrioshka,  y nos devela algunos escondrijos de la artista, presentes en su memoria ancestral. Pero también desde la nuestra, la propia, la que resuena. Así opera esta exposición, así enciende la memoria personal a través del develar, desde lo sugerente, desde aquello que puede ser habitado por momentos (más nunca permitirnos permanecer en ellos).

Escondrijo de los nombres trata de inflexiones, fisuras o grietas que nos invitan a asomarnos y ver qué hay detrás de cada obra, para dejarnos llevar por fragmentos de memoria(s) que se abren ante nosotros, cual ejercicio de papiroflexia mental, emocional y corporal. Se trata de una memoria que moviliza desde las entrañas, que nos invita a seguir el recorrido a través de la línea. En aquella inauguración nos reunimos a compartir, pero también a (re)conocernos: la política de los afectos se hacía presente y el escondrijo, de cierta forma, nos era develado (por algunos momentos) para volver prontamente a su estado de misterio.

 

 

Marla Freire Smith

Artista y agitadora de pensamientos


Tuve la suerte de estar presente el día de la apertura de la exposición El escondrijo de los nombres, de la artista chilena de origen ruso Nancy Gewölb. La muestra revisa trabajo relativamente reciente y algunas de las obras más emblemáticas de su carrera, exhibiendo un registro invaluable de lo que fue “Retrate el sonido de su nombre”, por ejemplo, un hito en la escena artística local de los noventa. Gewölb ha desarrollado una carrera de más de cuarenta años y sigue activa, produciendo y reflexionando desde una perspectiva que no deberíamos dejar pasar: la de una creadora experimental y experimentada, que vivió en primera persona lo que hoy es la memoria, la historia y la base de lo que podemos considerar contemporáneo en la producción simbólica de nuestro largo y delgado país.

Esto se da en un contexto en el que los afectos lo mueven todo, y a partir de eso la curadora Anamaría Briede ha logrado un montaje hermoso, fino, en el que las obras, sus registros y residuos, se muestran en orden estricto, respetuoso, en abundancia y sin aspavientos. El trabajo curatorial que decanta en El escondrijo de los nombres es el que se forja con los códigos del cariño y tiene mucho de apertura de archivo, de abrir cajones y volver a sorprenderse con lo que alguna vez nos marcó, nos dio forma. La sencillez del montaje se amalgama con la presencia sonora de antiguos discos de propiedad de la artista, que, heredados por Nancy de su familia migrante, relatan también desde lo emotivo, en una puesta en escena que convive con el cotidiano del taller que funciona en el mismo espacio y su cocina antigua, con tazas de cerámica y tetera de loza. Esta música, en su mayor parte rusa, suena desde un tocadiscos instalado en un mesón, bajo el ventanal que ilumina el gran salón de una tradicional casa limachina en calle República, que Anamaría Briede ha transformado en un centro de producción y galería de arte o pequeño centro cultural.

Durante la ceremonia de apertura, Nancy repite que hay que dejar la obra para seguir haciendo obra. Se refiere a su actual convicción respecto del valor de la performance. Soslaya la conversación práctica sobre el destino próximo de esta exposición y prefiere hablar de memoria, migración, inteligencia artificial, arte como investigación y como forma de vida. Su discurso es a la vez firme y abierto. La lucidez de Nancy Gewölb nos lleva a quienes aisistimos al recorrido guiado por las salas, y a dar valor también a este lugar, en el centro de Limache, a esta casa antigua con ventanas cubiertas de hiedra y su ventanal en galería, que deja ver otras casas igualmente añosas, grandes y vivas. El espacio, que determina el carácter de la muestra, más que un escondrijo es un reducto, representa la resistencia de cierta forma de vivir que se sumerge poco a poco bajo el mar de información y conflictos que se nos vienen encima cuando enfrentamos la atmósfera de la actualidad nacional e internacional. Justamente eso destaca en la obra de Gewölb, apunta a ciertos elementos subterráneos, gérmenes que provienen del siglo pasado, que ella, como en general muchos artistas, pudo develar como errores en el sistema híper racional que organizó nuestro mundo hoy globalizado. Tal como dice Timothy Morton, filósofo inglés reconocido por su concepto de ecología oscura, todo el arte es ecológico, en términos ambientales y sociales también. Esta muestra es profundamente ecológica, recicla y reutiliza el ímpetu que llevó a Nancy Gewölb a plasmar las imágenes de quema de naves y registros de nombres que nos permitieron involucrarnos, como público, en el proceso de creación. En síntesis, la muestra recompone raíces.
Ese día tomamos champaña, comimos pan con unas pastitas preparadas por Nancy, tomamos café después, porque la conversación se hizo larga. Es un privilegio haber estado ahí, con gente que se reunió también por cuestiones de afecto, fue un honor conocer a quienes han compartido con esta artista el último tiempo, por trabajo y por amistad, y también ver la gran mata de alcachofa, con su facha guerrera, tan doméstica como espectacular, que florecía violeta ese día en el jardincito que la sala tiene abajo, contrastada con los muros de madera amarillos, en perfecta relación complementaria de color, casi como un preludio de lo que se instala en el segundo piso. Espero que muchas personas puedan disfrutar de la muestra en este lugar que se siente un poco fuera del tiempo.

 

Maria José Rivera

Investigadorade secretos visuales

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